Sermón del martes: Los malos ejemplos

La educación violenta de nuestros hijos empieza desde la primera chispa de vida extrauterina y continúa de ahí en adelante con lecciones básicas y alguno que otro curso avanzado a diario, durante el resto de sus días.

La tan conocida palmada es la primera lección: O respiras o te muelo a golpes. La pobre criatura, totalmente indefensa, tomada de los pies y puesta cabeza abajo por un extraño al que no reconoce como amigo de la casa y que sin mostrarle una tarjeta amarilla antes de emprender la descarga de sus frustraciones contra su pobre colita, no le queda más remedio que respirar. Grita temiendo que el próximo bofetón vaya directamente a su mandíbula porque ese señor, que se tapa su cara con algo parecido a un pasamontañas, sólo que es más corto y más blanco, tenga un dolor de cabeza de padre-y-señor-mío.

Saltándome otras clases en casa, paso directamente a la televisión. Todos los padres (y madres, por supuesto) ven en esa cajita mágica la salvación a su demostrada ineptitud para entretener a la criatura: Los sonidos y movimientos de imágenes que provienen de la tele, atrapan la atención y la curiosidad de los niños (y de las niñas también, por supuesto). Unos años después ya le llamarán más la atención los ruidos y los movimientos de las niñas, pero eso es otro tema.

Pero lo que más atrae a los niños no es la telenovela de moda, sino los dibujitos animados. Tom y Jerry, por ejemplo, en el que el gato busca atrapar a los ratoncitos a cualquier precio. Las reglas son claras y fáciles de aprender: se vale todo. Desde golpes bajos hasta bombas con dinamita, con tal de conseguir su objetivo. Los ratoncitos bellos e inocentes, no son tan angelitos como se quieren mostrar ya que también ponen su montaña de arena en la educación violenta de los niños. El Correcaminos y su “Bip, bip”, el Pato Donald, Bugs Bunny y especialmente en estos días, los Simpson, tienen la responsabilidad de “educar” a nuestros hijos, mientras nosotros los padres (y las madres también, por supuesto) descansamos de ellos un momentito que muchas veces son en realidad horas.

¿Y qué decir del fútbol? Pasión de multitudes y cuyos padres (las madres no, por supuesto) nos encargamos de meterle al niño en la cabeza de que el deporte es salud y que los mantendrá alejados de problemas. Al menos eso es lo que la FIFA, los presidentes de los equipos, las cadenas de televisión que transmiten los partidos, los anunciantes que pagan para que veamos sus comerciales durante la transmisión, los políticos que quieren que el pueblo se distraiga y deje de juzgar sus malos gobiernos, les quieren inculcar.

Desde el púlpito no veo qué cosas buenas pueda enseñar el fútbol a una persona, cuando se ven más patadas hacia las piernas del contrario que al balón. Cuando la hipocresía y la mentira priman sobre la honestidad y la verdad. Si no lo creen, ¿por qué se tiran al piso y simulan que les duele hasta el cogote para que el árbitro le muestre una tarjeta al jugador del otro equipo? o, le pegan un codazo o un puño a su rival, cuando el referí no está mirando. Todo eso puede que no lo vea el referí, ni sus asistentes de línea, pero sí lo ven las 60 mil personas que están en el estadio y los millones de televidentes que con ayuda de la tecnología consiguen primeros planos repeticiones en cámara lenta desde todos los ángulos posibles. ¡Y todos contentos!

Y cuando eso ocurre, como sucedió en la final del mundial de Italia, cuando el francés Zidane le da un cabezazo aleve a un defensor italiano y a los pocos minutos ¡es declarado el mejor jugador del torneo! Qué buen ejemplo para la gente brinda el fútbol. Pueden ser malos y serán premiados.

Iba hablarles de la misa, pero los dejo porque me esperan unas fieles para su confesión y después me voy a ver el partido de Boca, hoy en la tele.

Bendiciones,

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